Muy a menudo se dice que todo el mundo debería ir al psicólogo/a. Si bien es cierto que es un servicio que todos podemos necesitar en algún momento de nuestra vida, no significa que lo necesitemos todo el tiempo. Por ejemplo, salvo que tengas un problema crónico o seas un deportista de élite, no vas a ir al fisioterapeuta todas los días ni todas las semanas.
Por el lado contrario, también nos encontramos con personas que tienden a infravalorar sus dificultades o que no suelen verlas como razón suficiente como para ir a terapia. A veces esto ocurre por la exigencia de la sociedad en la que vivimos, por la que debemos ser capaces de funcionar todo el tiempo para seguir produciendo, porque el hecho de reconocer una debilidad o no ser capaz de hacernos cargo de nuestro malestar nos hace ser menos válidos que los demás. Otras veces, nos encontramos con una dificultad muy grande para reconocer y afrontar lo que nos duele, así que es mejor mirar a otro lado para ver si desaparece. Otras tantas, somos conscientes de lo que nos duele pero no estamos dispuestos a darnos prioridad frente a otras cosas como lo económico o el trabajo. En definitiva, siempre se nos ocurren razones para no ir.
Y entonces, ¿cómo sé si necesito ir al psicólogo/a? No hay una regla única para saber si uno/a debe o no ir terapia, depende del contexto y los recursos de cada persona. Por norma general, si lo estás pensando, la respuesta correcta suele ser que sí. Ya sea porque no te encuentras bien o porque quieres mejorar tus recursos personales.
Por eso, aquí te dejamos algunos indicios claros para saber si una persona necesita ir a terapia:
- Tu problema o malestar no te permite seguir con tu día a día como lo solías hacer antes.
- Tienes dificultades en alguna de las áreas más importantes de tu vida, como la familia, la pareja, los amigos, el trabajo… o lo más importante, tú mismo/a.
- Tu apetito, tu líbido o tus hábitos de sueño han cambiado, ya sea por exceso o por defecto.
- Sufres algún síntoma físico que no se explica por ninguna razón médica como dolores de cabeza, dolor de estómago, fatiga, problemas de piel o malestar general.
- Tienes pensamientos negativos sobre ti mismo, los demás y el mundo de forma recurrente.
- No tienes una buena relación con tu cuerpo y/o la comida.
- Tu humor cambia con facilidad, estás más irritable, impulsivo… y no sientes control sobre él.
- Sientes emociones negativas como tristeza, ansiedad o rabia, gran parte del tiempo e incluso te cuesta gestionarlas.
- Tus ganas de hacer cosas y tu capacidad de disfrutar de ellas han disminuido. A veces ni siquiera disfrutas de las cosas con las que disfrutabas antes.
- Te vienen ganas de llorar frecuentemente, a menudo sientes una presión en el pecho o incluso has vivido alguna crisis de ansiedad.
- Te preocupas con facilidad, tanto que a veces te sientes sobrepasado y sin control sobre las cosas que te pasan.
- Te vienen recuerdos negativos del pasado que te bloquean o te hacen sentir muy mal.
- Has vivido una situación difícil, ya sea un acontecimiento traumático, una pérdida o un gran cambio en tu vida, que te está costando gestionar.
- Necesitas ayuda de alguna sustancia o medicación para lidiar con tu malestar o tus problemas.
- Simplemente te sientes distinto o que algo no va bien contigo mismo, aunque no sabes bien el qué.