¡Buenos días a todxs! Hace unas semanas os preguntamos por instagram sobre qué temas os gustaría que habláramos o investigáramos, y os hemos hecho caso. El tema de hoy estaba basado en una cosa que se repitió en vuestras respuestas «el miedo al psicólogo», aunque hemos querido ampliarlo para dar una perspectiva más amplia pues entendemos que la esencia de ello es la evitación a algo que uno sabe que puede necesitar: la psicoterapia.
Aunque cada día la psicoterapia está más presente en nuestras vidas y, por tanto, más normalizada, existen algunos aspectos que con frecuencia nos «impiden» recibir la ayuda que podemos necesitar en un momento determinado.
¿Cuáles son éstos?
- Estigma: siempre ha existido la preocupación de ser juzgado/a o etiquetado/a como «mentalmente enfermo/a» por los demás, sobre todo por nuestros/as mayores. Aun así los tiempos cambian y esto, a día de hoy, se traduce en miedo a ser juzgado/a como alguien incapaz de hacerse cargo de sus problemas o emociones, alguien más débil o vulnerable que el resto.
- Falta de conciencia: Algunas personas pueden no ser conscientes de que están experimentando dificultades emocionales o psicológicas, o la gravedad de las mismas. Pueden atribuir sus problemas a otras causas o minimizar su importancia, lo que dificulta el reconocimiento de la necesidad de buscar apoyo profesional.
- Desconfianza: algunas personas pueden haber tenido experiencias negativas en el pasado con otros/as profesionales, lo que puede generar desconfianza hacia la terapia. También hay personas que por desconocimiento creen que eso no les puede ayudar con sus problemas.
- Barreras económicas o logísticas: el acceso a la psicoterapia puede ser limitado por el coste, el difícil acceso y la baja disponibilidad de profesionales en el sistema de salud público o la falta de cobertura de seguros médicos privados. Además, la falta de tiempo o la ubicación geográfica también pueden dificultar el acceso a servicios de terapia. En algunos casos, también puede ocurrir que no dar prioridad al cuidado de la salud mental nos lleve a tener la percepción de que no nos lo podemos permitir o que no tenemos el tiempo para ello.
La realidad de todo esto es que, igual que hay gente que le da «yuyu» ir al médico, ocurre lo mismo con los/as profesionales de la salud mental. Respondiendo directamente a la cuestión del miedo, lo que está claro es que es más común de lo que se podría pensar.
¿Cuáles son los miedos más frecuentes? ¿Por qué nos cuesta enfrentarnos a la terapia?
- Miedo a la vulnerabilidad emocional: la psicoterapia implica abrirse emocionalmente y hablar de temas personales íntimos. Esto puede resultar muy complicado para muchas personas, sobre todo para aquellas que tienen una tendencia a evitarlo o tienen una baja tolerancia a las emociones negativas.
- Miedo a perder el control: algunas personas pueden temer perder el control de sus emociones o pensamientos durante la terapia. Les preocupa que explorar ciertos aspectos de sí mismas pueda desencadenar una respuesta emocional intensa y no poder manejarla.
- Miedo al juicio: Existe un temor común a ser juzgado/a por el terapeuta. Algunas personas pueden preocuparse de que el/la terapeuta los perciba como débiles, diferentes o incapaces. De hecho, es muy común que la gente no sea sincera en los comienzos de la terapia, por lo que no se abren y no son sinceros/as hasta que se sienten seguros/as y confían en el/la terapeuta.
- Miedo a revivir emociones dolorosas: La terapia puede implicar enfrentar y explorar experiencias y recuerdos dolorosos del pasado. Este proceso puede generar ansiedad y miedo a revivir emociones negativas o traumáticas, e incluso no nos permite acceder a la ayuda aun sabiendo que la necesitamos.
- Miedo a la dependencia emocional: algunas personas temen volverse dependientes del/a terapeuta o de la terapia misma, incluso que eso no acaba nunca. Pueden preocuparse de que buscar ayuda profesional implique una pérdida de autonomía o que se vuelvan incapaces de enfrentar sus problemas sin apoyo externo.
- Miedo a la falta de resultados, un empeoramiento: Existe la preocupación de que la terapia no sea efectiva y no conduzca a mejoras. Algunas personas temen invertir tiempo y recursos emocionales en un proceso que podría no satisfacer sus expectativas o incluso empeorar su situación. Esto suele ocurrir por prejuicios a la terapia o malas experiencias previas.
- Miedo a lo que pueda salir: hay muchas personas que tienen la tendencia a evitar «mirar» a sus dolencias o sus problemas. Estas personas van a tener miedo de comenzar la terapia por si aparecen problemas o dificultades que ellos no conocían. La realidad es que en estos casos suele haber «algo» que saben que está ahí, pero nunca lo traen a consciencia por lo que actúan como si no existiera por el miedo a hacerle frente a las consecuencias que esto podría tener.
Muchos de estos miedos vienen a menudo del «desconocimiento» de lo que es realmente la terapia y del papel del/a psicólogo/a. Un proceso terapéutico generalmente sigue una serie de etapas o fases que permiten abordar los problemas. Aunque los detalles pueden variar según el enfoque terapéutico y las necesidades individuales de cada persona, suelen ser más o menos así:
- Fase inicial: en donde el/a psicoterapeuta busca conocer a su paciente y recoger toda la información relevante de su problema. Esto le permitrá marcar contigo unos objetivos y una planificación provisional de la terapia. Además, esta fase supone la base para relación terapeuta-paciente, por lo que tratará de hacerte sentir cómodx y segurx desde el primer momento. Aquí es bueno que seas sincerx y le des feedback de cómo te vas sintiendo en ese espacio.
- Fase principal: ésta conforma la parte principal del proceso. En ella se van trabajando los distintos objetivos marcados y muchas veces los nuevos que van surgiendo. Se comprende con más profundidad el malestar y las dificultades del paciente, se procesan emociones asociadas y se desarrollan estrategias y habilidades útiles para éstas. Éstas se ponen en práctica en el día a día y conforme se van cumpliendo objetivos se va reevaluando para ver junto al paciente los avances que se van haciendo.
- Fase final: se realiza el cierre de la terapia. Se revisan los objetivos marcados, los temas trabajados y las herramientas aprendidas. Además, será fundamental trabajar las recaídas y crear «protocolos» para cuando éstas ocurran. A pesar del alta, es normal realizar algunas sesiones de seguimiento para valorar la evolución y repasar posibles dificultades que aparezcan de forma normal y esperable tras el alta.
Por eso, queremos darte unos recordatorios que creemos que toda persona que vaya a terapia o no debe tener en cuenta:
- Un psicólogo/a nunca va a «abrir un melón» si no tienes los recursos psicológicos y emocionales para hacerle frente.
- Un psicólogo/a siempre va a respetar tus tiempos y necesidades, nunca te va a obligar a hablar o trabajar nada que tú no quieras.
- Un psicólogo/a siempre va a tener como objetivo favorecer un cambio que te permita ser autónomo y hacer frente a futuras posibilidades que puedan aparecer por tu cuenta.
- Un psicólogo/a no te va a juzgar ni a ti ni a tu problema.
- Un psicólogo/a te derivará si considera que no puede ayudarte con tu problema o malestar.
- Puedes comunicarle lo que tú quieres, sientes y necesitas a tu psicólogo/a, es importante para él/ella y lo tendrá en cuenta.
- Tu voz y tu opinión son igual de importantes que la del profesional, tu psico te tendrá en cuenta para planear e intervenir durante tu proceso.
- La resiliencia de una persona es grande, confía en tus recursos y tu capacidad para sobreponerte a las dificultades. Y si no los tienes, precisamente la terapia es el lugar para adquirirlos.
- Las emociones, por muy desagradables que puedan ser a veces, tienen una función y no son peligrosas. Dejarlas salir nos ayuda a sentirnos mejor.